jueves, 9 de agosto de 2012

Los desconocimientos del señor Pérez



No, no me refiero a las travesuras del padre de Mariquita. Ni siquiera sé si existe. El señor Pérez, cuyas incertidumbres intelectuales, cuyas ausencias [sic] y cuyos titubeos voy a comentar hoy, no es ni más ni menos que un ex presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, autor de un largo artículo aparecido en el ABC del 21 de noviembre, bajo el título de "Democracia e integración iberoamericana", título ni carne ni pescado, tan neutro y tan cualquiera como tantos artículos y hasta libros que se publican hoy para glorificar el cambio en España, cambio cuyo autor ha sido, por un lado, el medieval Franco, y, por el otro, el pueblo español, tal como lo desconoce el señor Pérez, y no voy a referirme al profundo pensamiento político del ex presidente, digno de comentarios más acérrimos [sic] que los míos -y en este sentido le doy toda la razón a Juan Blanco, que hizo del señor Pérez un blanco ideal, donde todas las flechas, sin piedad, no tuvieron más remedio que dar en la diana-, sino a su extraño y obsoleto parecer acerca de la Edad Media. Me pregunto qué libros haya [sic] podido leer este señor que llegó a ocupar la presidencia de uno de los países más importantes de Hispanoamérica, qué clase de profesores habrá tenido en el colegio, cuál es su preparación general, qué es lo que pensará acerca de temas más complicados todavía, cómo se habrá desarrollado [sic] para gobernar desde lo alto de su función a todo un país durante cinco años... Si miro la política mundial a través de la preparación del señor Pérez, entonces me explico ciertos desvaríos, ciertos fracasos, cierto malestar que no parten de los pueblos, sino de la incertidumbre intelectual de sus actuales dirigentes. En un solo párrafo el señor Pérez mete la pata a fondo, y en varios temas importantes a la vez. Escuchen esta corta y elocuente obra maestra de la más infatuada impreparación [sic]:

"El otro elemento negativo (el primero era la "estructura vertical" impuesta por Castilla al resto de las regiones o pueblos de la Península, una auténtica y abusiva falta de realismo, sólo aniquilada por "la España de las autonomías". N. n.) en el pasado español hasta el término del franquismo es el fanatismo religioso, que toma cuerpo con la expulsión de moros y judíos. Fanatismo que se ve ayudado por la barrera de los Pirineos, que impide el paso a España de las corrientes civilizadoras del Renacimiento, para prolongar -nos atreveríamos a decir- la Edad Media desde Fernando el Santo hasta Francisco Franco."

Hay que disponer de una base de ignorancia verdaderamente impresionante para afirmar tales barbaridades en el año del Señor 1985. En primer lugar, afirmar que España se vuelve "estructura horizontal", o sea, entendimiento entre sus pueblos, sólo con el actual gobierno, significa negar todo lo que España había sido y hecho en el pasado, hasta el Descubrimiento y la misma posibilidad venezolana de ser. La historia de España, según este increíble atrevimiento, y es así como lo define el propio señor Pérez, sería la historia de una frustración, que no explicaría nada, ni el Descubrimiento ni la Conquista ni el Siglo de Oro. España sólo ha sido fanatismo religioso y verticalidad. Uno se pregunta qué es lo que entiende este señor por vertical y horizontal, y tengo la impresión de que, dentro de su poquedad cultural, es posible que invirtiera el significado de los dos conceptos, confundiendo el uno con el otro. Lo que no es de extrañar. Pero volvamos al párrafo citado:

Luis Bertrand, en su Historia de España, acusa a Francia de haber utilizado los Pirineos para impedir el contacto entre la cultura española y la europea. El señor Pérez cree que los Pirineos impidieron, desde este otro lado, el contacto entre los españoles y los beneficios culturales europeos, por ejemplo, del Renacimiento. Los Pirineos no constituyeron ningún obstáculo para que Europa fuese España durante más de un siglo, cuando todo el mundo hablaba español y cuando todos vestían y pensaban a la española. Si España se opuso a la entrada de ciertas ideas, las de la Reforma, por ejemplo, lo hizo para bien y no para mal. Defendió su idiosincrasia, que creó un estilo, una civilización, una enorme cultura universal. El Renacimiento, a lo mejor el señor Pérez quiere decir el humanismo, penetró aquí hasta el nivel que los grandes de España (me refiero a los grandes de la cultura) se lo permitieron. Cuando Erasmo dejó de interesar, por motivos que no vamos a discutir aquí, pues echaron a Erasmo. La biblioteca del Escorial fue, durante mucho tiempo, la mayor y la más rica de Europa. Y si España fue medieval, no hasta Franco, pero sí hasta finales del XVII, esto explica la originalidad del mensaje español y la riqueza de sus creaciones, entre ellas, la originalidad cultural de Hispanoamérica, basada no en el fanatismo puritano, como lo afirma Toynbee, sino en la libertad de pensamiento y la humanidad esencial de los Evangelios, que estaban en la base misma de la conquista. Pero resulta evidente, entre otras ignorancias, la que el señor Pérez posee a cerca de la Edad Media. La poesía de San Juan de la Cruz es medieval, y El Greco lo es también, y Cervantes y la mentalidad ecuménica española, opuesta al nacionalismo estrecho de los maquiavelistas renacentistas. ¿Es que el señor Pérez no conoce la inmensa bibliografía, nueva y actual, que da cuenta de una Edad Media luminosa, abierta, culta, humanista avant la lettre, y que resulta más interesante para el ser humano que la crueldad política del Renacimiento y su regionalismo inspirado en El Príncipe? Compare el ex presidente el libro de Maquiavelo con el De Monarchia, de Dante, y con ciertos textos de Alfonso X el Sabio y descubrirá atónito la diferencia entre Edad Media y Renacimiento. España fue medieval hasta finales del XVII y no hasta Franco. ¡Dios mío! Cuando España abandona la Edad Media entra en la Edad de las tinieblas, que fue el siglo XVIII, el más bajo y ruin en la historia de la Península. Y gran parte del XIX lo fue también, al ser dominado por un racionalismo humanista completamente ajeno a las verticalidades de este pueblo. Y podríamos seguir, párrafo por párrafo, comentando aberraciones y estulteces [sic] de primera magnitud, pero no queremos cansar a nuestro paciente lector. Ya me he cansado bastante yo mismo leyendo y comentando las vacilaciones del alumno Pérez, tan seguro de sí mismo como una manzana agujereada puede estar segura del gusano que lleva dentro.


Juan Dacio (Vintila Horia) en El Alcázar (mismo número que el de la entrada anterior; año 1985, según vemos aquí. Aprovecho para reiterar que el suplemento Letras no llevaba fecha, por lo que, al no obrar en mi poder el ejemplar completo, no puedo precisarla.)


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viernes, 3 de agosto de 2012

Teóricos izquierdistas y democracia orgánica


¡Qué pesadez, Dios mío, qué tremenda pesadez! Porque volver a leer hoy los textos de los krausistas es como volver a emprender la aventura marxista o engelsiana. No hay quien aguante aquellos textos, completamente fuera de la actualidad y desprovistos incluso de la gracia superficial, aunque inútil pero no indigesta, de los iluministas franceses que, por lo menos, escribían con talento, ponían por escrito los pensamientos más aberrantes y ridículos sin tropezar en las vallas dialécticas y sin caer en las cuentas empantanadas del Manifiesto Comunista o de El capital, frutos de aquellas aberraciones, desde luego. Comparar los libros más famosos (en su tiempo) de la izquierda española con textos contemporáneos es como salir de Engels para descansar en Donoso Cortés, y pienso sobre todo en la difícil contemporaneidad que tienen que aguantar hoy aquellos pensadores adocenados, esclavos de sus modelos alemanes, si damos a esta contemporaneidad los nombres de José Antonio o de Ramiro de Maeztu. ¡Qué delicia los ensayos que Maeztu dedica a Cervantes o al mito de Don Juan o a la misma Celestina! Ningún especialista universitario ha logrado alcanzar las alturas desde las que vuela y medita una de las mentes más brillantes y auténticas del pensamiento español y europeo del siglo XX.

Por este motivo, entre otros, me parece abrumadora y digna de admiración la tarea que se ha autoimpuesto Gonzalo Fernández de la Mora leyendo y comentando a Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica (texto de primera calidad editado, desafortunadamente, en una colección exenta de ángel tipográfico como es "Época", de Plaza & Janés, Barcelona 1985). Según la tesis del autor, tanto Sanz del Río como Giner de los Ríos, Madariaga como Besteiro y demás representan una doctrina que nada tiene que ver con los anhelos ideológicos y políticos de la izquierda española, su contemporánea. Mientras aquellos intelectuales lo que defendían era un pensamiento contrarrevolucionario alemán, procedente de Ahrens y de Krause, los izquierdistas formando parte [sic] del movimiento socialista como del comunista, preparaban posiciones revolucionarias que nada tenían que ver con la democracia orgánica.

¿Qué es la democracia orgánica? "El organicismo social reconoce que la sociedad es una realidad dada en la que algunos hombres excepcionales pueden introducir innovaciones progresivas. Esa sociedad se estructura y se desarrolla orgánicamente y no es susceptible de una brusca reordenación voluntarista. El individuo o expresa ante la sociedad sus deseos personales o representa los intereses comunes del grupo que conoce y al que pertenece; en esto último consiste la representación orgánica."

La introducción al libro de Fernández de la Mora, igual que el primer capítulo, están dedicados a poner de relieve los méritos tradicionales del "organicismo social", el cual, desde el punto de vista político, representaría un corporativismo que logró encarnarse tanto en el fascismo como en la doctrina de Salazar y, por supuesto, en la organización estamental del franquismo. Sólo el reduccionismo y su dialéctica, pura aporía, o sea, toda la política de la posguerra concentrada en la defensa y difusión de las ideas de una izquierda antiorgánica, o utópica, han logrado hacer confundir en la mente de las gentes el corporativismo con la anti-democracia. "Así es como, al paso del cambio constitucional, la democracia orgánica se fue convirtiendo en algo proscrito. Pero la mencionada ecuación (antidemocratismo-corporativismo) es incompatible con los hechos probados y, por lo tanto, falsa." Nos encontramos aquí con la diferencia que se suele establecer entre derecho positivo y derecho natural, invento de los individuos el primero, tendente a evolucionar hacia el más cerrado dogmatismo (los llamados derechos humanos, por ejemplo), creación natural en el marco de la misma evolución de las sociedades, el segundo; sociedades racionales, como las llama Hayeck, y sociedades basadas en la moral tradicional. Una falsa democracia que avanza hacia el totalitarismo, y una democracia auténtica u orgánica, que pocas veces logra imponerse a lo largo del siglo XX, pero sí con mucho éxito.

Fernández de la Mora describe la evolución de la democracia orgánica a lo largo de los milenios, empezando por Grecia para llegar hasta Hegel, Fichte y Krause, siendo Enrique Ahrens su máximo exponente en el siglo XIX. "En la España decimonónica, los campeones de la democracia orgánica no fueron los tradicionalistas, sino los krausistas que militaban en la izquierda política, especialmente Julián Sanz del Río, Nicolás Salmerón, Francisco Giner de los Ríos y Eduardo Pérez Pujol." Hubo krausistas "residuales", como los llama el autor, en el siglo XX, como Fernando de los Ríos, Madariaga, Posada o Besteiro, y fue Giner de los Ríos quien forjó el concepto de "democracia orgánica" al que se adhirieron varios tradicionalistas, como Vázquez de Mella, Brañas, Ángel Herrera y otros, y hasta Ramiro de Maeztu, al que Fernández de la Mora dedica páginas muy convincentes y reactualizadoras.

¿Qué es lo que subsiste y florece ante la doctrina organicista? El "atomismo abstracto", el cual, basado en Locke y en Rousseau, "entraña la demolición de la antigua sociedad orgánica." No entiendo muy bien el porqué de la presencia de E. Wilson, si es que el amigo Gonzalo se refiere a E. O. Wilson, autor de La humana naturaleza, en este libro tan bien pensado, y de su sociobiología, pero a lo mejor volveremos un día sobre un tema sumamente interesante desde el punto de vista que hoy nos ocupa: el de la clara separación entre una tesis natural organicista, en el sentido tradicional y ético de la palabra, y la falsa doxa izquierdista montada en el atomismo abstracto de sus desarrollos utópicos. Puede que haya varios tipos de organicismos -y, en este sentido, la diferencia puede ser enorme entre Mussolini, por un lado, y los liberales organicistas del siglo XIX- y, en este caso, comprendo la presencia de Wilson en este debate. Sin embargo, es preciso colocarle en el rincón obsoleto y radical que le corresponde, rechazado hoy por psicólogos y sociólogos partidarios de tesis mucho más evolucionadas y que estarían más cerca, sin duda alguna, de Ramiro de Maeztu que de los krausistas. También Leviathán es organicista.

Lo que hoy llamamos "democracia orgánica", concepto, como hemos visto, acuñado por la izquierda decimonónica, no ha logrado sobrevivir sino en regímenes de derecha, corporativos, en cuyo marco se ha realizado el sueño antiguo, del que hablaron tanto Platón como Aristóteles. El mismo principio de "un hombre, un voto" no es orgánico, sino que representa la utopía parlamentaria mal llamada democrática. La auténtica democracia orgánica conoce otro tipo de estructuración electoral que es el de las corporaciones, donde "un hombre, un voto" tiene otro sentido, no igualitario, mientras lo orgánico, en el marco mayor de lo político, tiende forzosamente hacia lo jerárquico, donde la democracia vive de otra manera, quiero decir de manera natural, no demagógica.

Es impresionante, en el libro de Gonzalo Fernández de la Mora, la lista de los pensadores que se han dedicado a alabar la democracia orgánica. Los hay de todos los matices, como es natural, desde la derecha hasta la izquierda, desde los católicos hasta los masones, desde Renan hasta La Tour du Pin. La Democracia Cristiana, si existiese de verdad en algún país, tendría que ser corporativa, y no lo es en ninguno y sobre todo en Italia donde fue el fascismo quien tuvo el valor de realizarla. Pero, como observa el autor, el fascismo no es hoy un concepto que podamos manejar tranquilamente, desde un punto de vista científico, "... sino un arma política que se ha utilizado incluso contra De Gaulle". Y contra todo enemigo espontáneo o permanente de la utopía. En un libro muy significativo, publicado hace más de diez años en Italia, titulado Tutti fascisti, por Claudio Quarantotto, se citaban textos polémicos aparecidos en la prensa de la izquierda en el poder (la utópica, claro está) donde el intercambio de insultos entre unos y otros, marxistas ortodoxos y heterodoxos, llegaba a cumbres insospechadas. Tanto Tito como Mao fueron llamados fascistas por la prensa soviética, mientras los albaneses tildaban de fascistas, cada dos por tres, a los hombres de Moscú, lo que empieza a tener hoy cierto sentido, pero siempre dentro del deterioro y la caricaturización anticientífica del concepto "fascista", que nada tiene que ver con la realidad.

Es un mérito enorme el de Fernández de la Mora el de haber vuelto a leer textos cubiertos por tanto justo polvo, pero el resultado está a la vista y me parece que su exposición, tan sintética y tan objetiva, constituye un argumento terrible ante la falta de argumentos de la otra izquierda, la que detiene [sic ¿por detenta?] el poder y que no puede justificarlo ni siquiera desde el punto de vista ideológico. Un libro para no leer de noche.

Vintila Horia, en El Alcázar (fecha desconocida: ¿finales de 1985?)


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