viernes, 6 de febrero de 2009

Comentario muy personal a la "Declaración de Venecia"


Creo que uno de los textos más importantes y más cargados de consecuencias redactado y lanzado al mundo durante estos últimos tiempos es la aparentemente modesta “Declaración de Venecia”, fechada el 7 de marzo de 1986 y llegada hace poco a mi puerto serrano. Y me parece satisfactorio, desde un punto de vista personal, el que miembros de la UNESCO y de la Fundación Cini, veneciana también, reunidos en la ciudad de Tiziano y de los dogos, hayan llegado en 1986 a las conclusiones a las que el autor de estas líneas llegó, año tras año y libro tras libro, desde 1969 a esta parte. No voy a pecar por modestia ni por su contrario, pecados intelectuales en sus insoportables excesos, afirmando que no tuve día ni noche de descanso, durante casi dos decenios, al constatar el desnivel existente entre los avances de la ciencia, y especialmente de la física, y el empeño de la política, como de la ciencia política, en seguir aplicando a la humanidad fórmulas y tácticas pertenecientes al siglo pasado. Lo he afirmado en libros, artículos, clases y conferencias: el mundo va mal porque lo dirigen ideologías y políticos cuyos contenidos y cuyas mentes, respectivamente, siguen arrastrando prejuicios del pasado. Hasta las guerras y las revoluciones de nuestro siglo no son sino consecuencias directas de dicho desnivel. Por un lado, el principio de indeterminación o el de complementariedad, con sus inmediatas consecuencias renovadoras, y, por el otro, el materialismo dialéctico, el gulag, la lucha de clases, los abusos del capitalismo, el consumismo más descarado e inconsciente. Me parecía más que evidente, una vez digerido dentro de mi mente el diálogo con Heisenberg, o con Toynbee y Gonseth, con McLuhan o con Bernard Lovell (reproducidos en mi libro Viaje a los centros de la tierra, editado en tres idiomas hasta la fecha), que el progreso, por un lado, y el eterno regreso por el otro, hayan [sic] producido el descalabro y la angustia en que vivimos desde 1914 y 1917. No somos capaces, desde hace tanto tiempo, de crear un sistema sociopolítico destinado a regir hombres y bienes, siguiendo la enseñanza, tan completa y tan humana a la vez, que la física ha regalado al mundo, poniendo fin, ya en 1900, a las superficialidades del materialismo determinista. Y fue sobre las bases de la nueva física como se llegó a la desintegración del átomo, a la conquista del espacio exterior y a la esperada reconciliación entre ciencia y religión, uno de los fenómenos más cargados de futuribles de la época en que vivimos. Pues todo esto aparece en la “Declaración de Venecia” y me parece del mejor augurio.

Reza así el punto 1 de dicha Declaración: “Somos testigos de una importante revolución, engendrada por la ciencia fundamental (en particular modo por la física y la biología), por el impacto que produce en la lógica, la epistemología y también en la vida de todos los días a través de las aplicaciones tecnológicas. Sin embargo, constatamos al mismo tiempo la existencia de un importante desnivel entre la nueva visión del mundo que sube desde el estudio de los sistemas naturales y los valores que predominan todavía en la filosofía, en las ciencias del hombre y en la vida de la sociedad moderna. Porque estos valores están basados, en una gran medida, en el determinismo mecanicista, el positivismo y el nihilismo. Nosotros entendemos este desnivel como algo fuertemente letal y portador de pesadas amenazas de destrucción para nuestra especie.”

¡Menos mal, dios mío, menos mal! Era tiempo de que alguien, desde una cátedra universal como es la fundación Cini, y desde una tribuna, algo quebrantada en su prestigio, como es la UNESCO, pero insustituible, dijera estas cosas en un momento, precisamente, en que, a pesar de todo, la revolución es aún contemplada como una revolución [sic ¿por evolución?], cuando no es sino un retorno, el mito del eterno retorno hecho política y opresión. Sin embargo, no entiendo por qué la Declaración veneciana llama nihilismo lo que lleva el nombre de comunismo, o de materialismo dialéctico, desde hace más de un siglo. Las responsabilidades del nihilismo, que encontraron en Nietzsche y Dostoievski a sus mejores críticos, son menores comparadas con su alma mater marxista. Hay que tener el valor de llamar [a] las cosas por su nombre, esclarecer y poner en evidencia los conceptos [antes] de empezar a buscar soluciones.

El punto 2 me resulta más importante todavía, ya que plantea el problema fundamental: “... sin dejar de reconocer las diferencias fundamentales entre la ciencia y la tradición, constatamos no su oposición, sino su complementariedad. El inesperado y enriquecedor encuentro entre la ciencia y las varias tradiciones del mundo permite pensar en la aparición de una nueva visión de la humanidad...” Pensamiento sumamente actual y tonificante, ante las tomas de posición de la trasnochada “teología de la liberación”, que pretende arrastrarnos otra vez hacia las cuevas del materialismo y de la falsa revolución. No entiendo, tampoco, por qué siempre se utiliza sólo el concepto de tradición y no el de religión, lo que resultaría también complementario. Pero lo más difícil es, sin duda alguna, empezar, y en Venecia se acaba de empezar algo decisivo para los seres humanos.

El punto 3 pone de relieve la necesidad de una investigación realmente “transdisciplinaria”, lo que no entienden ni los materialistas marxistas ni los consumistas. Lo transdisciplinario puede llevarnos, en la política, a la metapolítica, otro concepto profundamente relacionado con mi técnica del conocimiento, tal como la voy desarrollando desde la aparición de mi Viaje a los centros...

E punto 4 es capital: se proclama la obligación urgente de la búsqueda de “nuevos métodos de educación” capaces de sustituir a los antiguos, tratando de sintonizar con las grandes tradiciones culturales. Una educación sacando [sic] sus nuevas savias de las tradiciones culturales, de la tradición en general, añadiría yo, y de los avances indeterministas rimando [sic] con dichas tradiciones. Creen saber los de la Fundación Cini que “la organización apropiada para promover tales ideas” sería la UNESCO. Una UNESCO, me parece, necesariamente modificada ella misma en su ideología e intenciones. El capítulo de la educación como motor del cambio, proclamado en el punto 1 y en el 3, se me antoja como uno de los más aptos para poner en marcha la revolución enfocada en Venecia. La distancia entre la pobre, avejentada y monstruosa LODE española y la “Declaración de Venecia” aparece como trágica y cómica a la vez, trágica para todos los niños y estudiantes españoles, cómica porque desfasada y fuera de tiempo y de lugar.

Informar a la opinión pública acerca de los cambios producidos durante el siglo, cambios referentes a la revolución cuántica y sus consecuencias, forma la materia del punto 5. Hasta la fecha, los medios de información han escamoteado todo lo que han podido los desafíos (como los llama la Declaración) de la ciencia contemporánea, sencillamente porque, al ser dichos medios los portadores de los mensajes materialistas, sólo han presentado y divulgado las consecuencias filosóficas, técnicas, científicas y políticas de los mismos. ¿Cómo y quién iba a hablar por televisión del principio de indeterminación, cuando éste aniquila cualquier pensamiento o doctrina relacionados con lo que la Declaración llama positivismo y nihilismo y que abarca un sinfín de territorios nublados por la antigua filosofía en el poder? Ningún partido es capaz hoy de fomentar un cambio tan radical, porque todos ellos, son excepción, se nutren del pan amargo y seco, amasado por los ismos vinculados con el siglo XIX.

Es curioso cómo los reunidos en Venecia no hayan [sic] pensado en una imagen pictórica de la situación a la que se atreven, casi heroicamente, a acometer, y que da cuenta de la auténtica tragedia en la que seguimos debatiéndonos desde hace decenios. En una conferencia que dicté, en el mes de abril, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, decía yo, después de analizar la raíz de los mismos males que, casi en la misma fecha, ponían de relieve los sabios reunidos en Venecia:

“He pensado mucho, contemplando esta deplorable situación sin remedio, en el cuadro de El Greco, “El martirio de San Mauricio”, donde un oficial romano, junto con todos sus camaradas, acepta el sacrificio último en nombre de una idea nueva, rechazando una posibilidad de vivir que les obligaba a seguir matando en nombre de los antiguos dioses. San Mauricio y los suyos son la humanidad actual, en su representación más adelantada, las elites científicas, la intelectualidad fiel al origen mismo de la palabra, los que están dentro del intelligere, mientras los demás, los que no han entendido aún, pero que controlan el poder, las elites políticas, envían al sacrificio a las primeras. Están enviando al sacrificio a pueblos enteros y están dispuestos a desencadenar un conflicto universal y último, por supuesto, en el nombre de sus antiguos dioses. Un entendimiento antideterminista y cuántico del mundo evitaría, claro está, el gesto letal de los deterministas.” (Este fragmento forma parte de la conferencia citada más arriba que, bajo el título de “Europa fin de siglo”, aparecerá en un próximo número de Razón Española.)

Pero los lectores de mis estudios y ensayos (siento mucho citar títulos míos, pero no hay más remedio ante el reto de la Fundación Cini,) saben muy bien que esta problemática forma parte no sólo de mis preocupaciones ensayísticas, sino novelísticas también, ya que aparecen tanto en mi Introducción a la literatura del siglo XX, de [sic] Consideraciones sobre un mundo peor o en Los derechos humanos y la novela del siglo XX, como en Perseguid a Boecio. Preguntaría, pues, al final de estas constataciones: ¿cómo es posible que sólo hoy, más de ochenta años desde que Planck haya formulado las bases de la nueva física, inaugurando una nueva era científica y técnica, y casi setenta desde que el determinismo tomara forma en el Estado soviético, con las consecuencias que sabemos, nadie [sic ¿por alguien?] se haya atrevido a esbozar los principios de una posible y lógica salvación? Libros audaces, como los de Lupasco, Basarab Nicolescu, Michel Random, Jean Charon o Solange de Mailly Nesle, analizados todos ellos en estas páginas, han preparado quizás el terreno para que la “Declaración de Venecia” sea posible, mejor tarde que nunca. Lo que me da valor y optimismo para seguir trabajando en el mismo sentido que empecé a trazar para mí en 1969; y es que esta minoría de la que formo parte, una minoría que en un principio era yo solo, pretendiendo [sic] modificar las fuentes, las intenciones y el programa de los políticos sobre la base de la nueva ciencia, pasó hasta hoy casi inadvertida. Supongo que la plataforma veneciana le servirá para lanzarse a la conquista del mundo, para bien de los infelices mortales sometidos s la dictadura del determinismo.

Vintila Horia, en El Alcázar, 5 de junio de 1986